Hablamos a menudo de “los inmobiliarios”, mal o bien, como si fueran algo homogéneo, un grupo real que actúa de una forma determinada. Todos sabemos que eso no es cierto. Dentro de este colectivo hay de todo, mil formas distintas de trabajar, de entender la profesión.
Para que la sociedad entienda lo que hacemos, y para que nosotros mismos nos entendamos los unos a los otros y podamos relacionarnos, tenemos que saber lo que podemos esperar los unos de los otros, las reglas que rigen nuestras acciones, nuestro compromiso hacia los otros. Eso es la ética de un grupo o de una profesión.
La del inmobiliario es una profesión de servicio: prestamos un servicio a la comunidad y a las personas que la forman. En nuestro caso es un servicio importante, relacionado con algo que influye en la vida diaria de las personas, su hogar, y que supone una carga económica importante. Sería una grave irresponsabilidad dejar una profesión como esta sin regular, al albur de leyes generales, en manos de un sistema judicial lento y caro, ineficiente. Y sin embargo esa es la situación que mantenemos en España.

Corren vientos de liberalismo, de dejar que las cosas se arreglen ellas solas, que sea el mercado el que ponga a cada uno en su sitio. Pero eso se hace a base de coscorrones, y cuando hablamos de cosas trascendentales para nuestra vida y nuestro bolsillo, no es buena idea. Las personas tenemos que saber a qué atenernos, que debemos esperar; tenemos que saber cuándo y qué podemos echar en cara a un profesional cuando no cumple con sus obligaciones. Para poder asesorar y que nos escuchen, para poder influir en las personas y ayudarles a que resuelvan sus problemas con un mínimo de riesgos e incomodidades, necesitamos que confíen en nosotros.

Los profesionales inmobiliarios necesitamos una serie de principios claros que nos comprometemos a cumplir, algo que nos puedan exigir los consumidores, nuestros clientes, y nuestros propios compañeros. Eso es el Código Ético de una profesión. El Código Ético es lo que compartimos todos los que formamos parte del colectivo, ese elemento común que es la base de nuestra cultura.

De entre los distintos Código Éticos que se manejan en la profesión inmobiliaria, tenemos siempre que referirnos al de los REALTORS® americanos, que une a cerca de dos millones de profesionales en un mercado que dominan, con una participación en más del 90% de las operaciones que se realizan. Tras 100 años de funcionamiento el Código Ético de los REALTORS®, que se mantiene al día con cambios puntuales para adaptarlo a la evolución de la sociedad, se convierte en un estándar de prestigio, y aplicable en cualquier mercado.

Una de las cosas positivas del Código Ético de los REALTORS® es su concisión: diecisiete artículos precedidos de un preámbulo que sienta las bases de la importancia de estas normas. De entre todas destaca el compromiso firme de poner los intereses del cliente por delante de cualquier otro, incluyendo los propios del profesional: el profesional busca en todo momento la satisfacción de dichos intereses.
Un concepto importante de este Código es la distinción que se hace entre lo que es el cliente, y un mero consumidor con el que no nos une una relación formal. Los deberes ante el cliente son:

1. Fidelidad: defender siempre sus intereses

2. Confidencialidad: proteger la información que nos facilite

3. Obediencia: seguir sus instrucciones dentro del margen de la ley

4. Fiabilidad: hacer todo lo que nos comprometemos a hacer

5. Diligencia: actuar con rapidez y sin dilaciones innecesarias

6. Prudencia: actuar con rapidez y advertir de los riesgos e incertidumbres

7. Transparencia: transmitir al cliente toda la información relevante para él

8. Formación y Competencia: formarse y mantenerse preparado ante los cambios

Los deberes ante un mero consumidor, por ejemplo un comprador que acude interesado por una propiedad de un cliente vendedor, o el vendedor de una propiedad que un cliente comprador nuestro está interesado en adquirir, no son los mismos; se reducen a la fiabilidad, la honestidad en el sentido de no engañar ni ocultar defectos objetivos y que afecten al valor de una propiedad, la diligencia, y la formación y competencia, pero no a las restantes. El agente representa a su cliente, y es a él a quien se debe.
Otros punto destacable de este interesante Código Ético es la obligación de cooperar con otros profesionales. En realidad se trata de una consecuencia de lo anterior: naturalmente la cooperación es beneficiosa para el cliente ya que perderse un posible cliente es malo para él. Esto no supone que el agente esté obligado a compartir sus honorarios: las obligaciones éticas no obligan nunca a renunciar a los derechos del agente como resultado de su acuerdo con el cliente. Naturalmente no se podría exigir al agente que renunciase a parte o todos sus honorarios por más que eso beneficie a su cliente: las obligaciones del agente siempre deben estar dentro de la ley y de los compromisos contractuales de ambas partes.

Finalmente, el Código Ético habla de la exclusiva y de la obligación de respetar la relación que otro agente tenga con su cliente. Se recomienda el trabajo en exclusiva, como reflejo del compromiso singular que se establece entre el agente y su cliente, y considerándolo como algo que garantiza los mejores intereses del cliente. Por otra parte se insiste en la importancia de informarse de las posibles relaciones que mantenga una persona con otros agentes, y la obligación de respetar las relación de exclusiva que un agente tenga con sus clientes. Esta norma de convivencia es garantía de una relación fluida entre los agentes, y de una imagen coherente ante la sociedad.

Convivencia, imagen, respeto, confianza… estos son los valores que se defienden mediante un Código Ético. Y ha de ser único, para que todos sepamos a qué nos comprometemos, y que todos lo sepan. No se puede jugar un partido si cada uno de los jugadores sigue sus propias reglas.
No se entiende cómo una profesión como la nuestra puede vivir sin una regulación oficial. Pero menos se entiende aún que siga sin una autorregulación voluntaria, sin una marca que refleje un estilo y una cultura propias, sin un compromiso voluntario y exigente ante la sociedad, sin un Código Ético como el de los REALTORS®.

Fernando García Erviti. CRS.